Hoy, en la XI edición de las ’24 Horas’ de Manos Unidas, nos reunimos de nuevo para iluminar un camino hacia un mundo más justo y equitativo. Un año más, en cada rincón de nuestro planeta, miles de velas arden unidas gracias a esta iniciativa, y el resplandor de la solidaridad y la acción se hace evidente.
En un mundo dividido por barreras y fronteras, elegimos romper esas divisiones con la luz de la unidad. No importa de dónde vengas ni quién seas; en esta luz compartida encontramos una causa común que trasciende el individualismo y abraza a la humanidad en su totalidad.
Esta luz que ahora encendemos simboliza nuestro compromiso con un mundo donde cada ser humano pueda tener acceso a sus necesidades más básicas, donde la justicia sea la norma y donde la compasión prevalezca sobre la indiferencia.
En este momento, con nuestras velas encendidas, afirmamos que cada pequeña acción, cada gesto de bondad, cada acto de compasión, es una chispa que puede encender un fuego de cambio en este mundo.
Que esta llama sea un recordatorio constante de nuestro poder colectivo para iluminar el camino hacia un futuro mejor. Que ilumine los corazones de quienes luchan contra la injusticia y la desigualdad en todo el mundo.
Que cada vela encendida hoy represente un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Y que, al unirnos en este gesto simple pero significativo, nos recordemos a nosotros mismos que, juntos, podemos forjar un mundo más brillante y justo, donde la solidaridad no conozca fronteras.
Encendamos nuestras velas, encendamos la llama de la esperanza…
En nombre de la humanidad, donde Dios ha creado a todos igualen derechos, deberes y dignidad. Nos ha llamado a vivir como hermanos, difundiendo los valores del bien, la caridad y la paz.
En nombre de la vida, que Dios nos prohíbe arrebatar. Quien mata a una persona, es como si hubiera segado toda la humanidad. Quien salva a uno, es como si hubiera salvado a toda la humanidad.
En nombre de los más vulnerables: los pobres, los desdichados, los necesitados y los marginados. Dios nos pide socorrerlos, un deber que recae en todos.
En nombre de los desamparados: los huérfanos, las viudas, los refugiados y
los exiliados de sus hogares y sus pueblos. En nombre de todas las víctimas
de guerras, persecuciones e injusticias.
En nombre de los débiles, los aterrorizados, los prisioneros de guerra y los
torturados en cualquier rincón del mundo, sin distinción.
En nombre de la fraternidad humana, que abraza a todos, los une y los hace
iguales. Una fraternidad que, a menudo, sufre por políticas divisionistas y
tendencias ideológicas odiosas.
Unidos en este gesto, somos un faro de esperanza, guiando el camino hacia un mundo más justo y compasivo. Un mundo que, juntos, construiremos.
Ahora, para finalizar, guardamos un momento de silencio mientras elevamos nuestra oración a Dios.
ORACIÓN
Señor, bajo la luz del Espíritu Santo, que es nuestra guía divina, te pedimos que nos
guíes en esta labor y enciendas el fuego de la solidaridad en nuestros corazones.
Oramos por un mundo más justo y equitativo. En el nombre de los más vulnerables,
los pobres, los desdichados, y aquellos que sufren, te pedimos compasión y
fortaleza para ayudarlos y que el Espíritu Santo inspire nuestras acciones.
Que esta llama que encendemos simbolice nuestro compromiso con un mundo
donde cada ser humano pueda acceder a sus necesidades más básicas, donde la
justicia sea la norma y donde la compasión prevalezca sobre la indiferencia. Señor,
que esta luz ilumine nuestro camino.
Y que el Espíritu Santo fortalezca nuestras intenciones y que cada pequeña acción,
cada gesto de bondad, cada acto de compasión sea una chispa que encienda un
fuego de cambio en este mundo.
Amén.