Ahora que el calor aprieta, como hace meses lo hacía el frío, volvemos al concepto de “sensación térmica”, es decir, la temperatura que se percibe, distinta de la objetiva marcada en los termómetros. Igual ocurre con los acontecimientos, que se suceden a un ritmo concreto, pero con el aluvión de lo que cada día sucede da la sensación de un vertiginoso del paso del tiempo, ¿o es que realmente lo es?, como lo podría atestiguar la percepción subjetiva de cada uno.
A mediados de julio, y parece que hubiera sido un acontecimiento lejano en el tiempo, la selección española de fútbol ganaba la Eurocopa, con la tremenda alegría que supuso para todos los aficionados, y, no solo para éstos, por una conquista tan memorable y emocionante, seguida por multitud de medios y públicamente manifestada en nuestras calles y plazas.
Y ocurrió, que una de las declaraciones del “míster”, del entrenador nacional, refiriéndose a su condición de católico, significara sacar a la palestra esta dimensión en distintos momentos durante la Eurocopa, en reportajes, entrevistas, etc. Sin haberlo pretendido, el jarrero Luis de la Fuente hizo que Dios saliera en las ruedas de prensa, mezcladas con lo estrictamente deportivo. Y respondió con toda amabilidad no sólo las cuestiones profesionales por las que ha conseguido los éxitos que todos celebramos, sino también por el modo de abordar lo religioso, con naturalidad, con chispa, sin complejos, con todo respeto, haciendo uso de su libertad, dejando bien claro que las convicciones religiosas nada tienen que ver con la superstición. Enhorabuena por el testimonio de estas buenas jugadas.
Pero como el calendario deportivo de este mes de julio venía cargado, unos días después de los festejos futbolísticos dan comienzo los Juegos Olímpicos en París. Y antes de que los atletas se pongan a competir tiene lugar la esperada ceremonia de inauguración, rompiendo los moldes de lo que venía siendo hasta ahora una jornada de estas características.
¿Y qué nos encontramos? Que lo religioso vuelve a la palestra, pero en esta ocasión, no con la elegancia de nuestro seleccionador nacional, sino con una batería insultante de imágenes, comentarios, y escenas, que marcan muy claramente el estilo que se ha querido exhibir, a sabiendas de que un espectáculo como el representado heriría la sensibilidad de millones de creyentes, y, cuanto menos, provocaría el estupor de una gran multitud a la que no les gustaría que se aprovechase toda una maquinaria gubernamental para imponer una visión muy particular y sesgada del hombre y de la historia, además de arremeter contra su forma de pensar con la excusa de los Juegos Olímpicos que nada tienen que ver con lo que allí quedó vertido. Si a los atletas no se les permite ninguna manifestación de tipo político, religioso o racial, según sus propias normas, no se entiende esta puesta en escena. Ante las críticas recibidas, la organización sólo ha lamentado que algún grupo religioso se haya sentido ofendido.
¿Se imaginan si, en vez de arremeter contra lo católico, se agrediera a otras religiones, en concreto a alguna de gran presencia en Francia y con millones de seguidores en todo el mundo? Sencillamente no tendríamos Juegos. La inauguración hubiera supuesto la clausura. ¿Por qué este afán de ofender gratuitamente a los creyentes en Cristo en exposiciones, desfiles, y programas, bajo la excusa de la libertad de expresión, cuando con este mismo argumento no se toleraría -con razón- ningún exceso contra la violencia de la mujer, la orientación sexual, u otras formas de pensar y de creer? A esto quise referirme en mi anterior artículo publicado en este periódico con relación a una blasfemia tolerada.
No es este el clima que contribuye al bien común y al mejor trato entre nosotros. El respeto por la dimensión trascendente del hombre es la garantía de su identidad y de su convivencia pacífica, como nos recuerda el Papa Francisco en Fratelli tutti, citando a S. Juan Pablo II, animándonos a la verdadera fraternidad y amistad social que es posible entre todos. Menos mal que los Juegos Olímpicos son siempre mucho más; y nos alegramos de ello por todo lo que supone.
Aquí la sensación vuelve a ser fundamental, no ya la de la temperatura que decíamos al principio, sino la de la impresión personal en contraste con la objetividad de lo mostrado estos días en París, que con todo lo vivido, como diría aquel rey, bien merece una misa.
+ Santos Montoya Torres
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño