La oración es un misterio profundo, con raíces en el mismísimo Corazón de Dios. Resuena en el eterno himno de alabanza del Cielo, un canto que solo Dios conoce y enseña: el diálogo entre el Padre y el Hijo en la presencia del Espíritu Santo.
En la Iglesia, este diálogo divino se refleja en nuestra oración, un regalo de Cristo a la humanidad que tiene lugar en la Iglesia. Porque Iglesia es la casa del Dios vivo, un espacio de encuentro entre Dios y el hombre, donde la oración es esencial.
Desde la creación del cosmos, la primera “iglesia cósmica”, se celebra una liturgia en la que todo el universo participa. Con la encarnación de Cristo, la Iglesia se fortalece. Es Cristo, Dios hecho hombre, quien realizan la unión de Dios y la humanidad.
A través de Cristo, cada uno de nosotros puede decir “Abba-Padre” y unirse al eterno canto de alabanza. Ser cada uno de nosotros “casa de Dios”; ser lugar del encuentro con Dios, nos permite ser protagonistas de un diálogo personal, cara a cara con el Señor, y ese camino espiritual, nos permite encontrar nuestra identidad más profunda.
La Eucaristía es el culmen de nuestra unión con Cristo, transformando nuestra vida en un continuo acto de alabanza y oración. La oración nos permite vivir en comunión con el Cristo resucitado, aquí y ahora.
En la oración, nos encontramos en las manos del Padre, guiados hacia la plenitud de la Pascua. Unidos en el Misterio de Cristo, nuestra vida se convierte en una eterna alabanza a Dios.
Que nuestra oración sea siempre ese canto de amor y entrega al Padre. Amén.
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