En varios artículos publicados en este periódico y en otros medios, he querido mostrar una inquietud que comprobamos en nuestra sociedad española, una tendencia que se aleja de ese principio constitucional de sabernos todos iguales ante la ley según su artículo 14: “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda haber discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión, o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
La mayor sensibilidad que se tiene en estos momentos hacia posturas racistas en los estadios, y la contundente forma de reaccionar cuando se lesionan los derechos de las personas afectadas; las medidas empleadas para evitar y penar la violencia ejercida contra la mujer; el rechazo frente a acciones ofensivas hacia personas por su orientación sexual, etc., son ejemplo de puesta en práctica, entre otros, del artículo constitucional antes mencionado.
Pues he aquí, que no todos los sectores corremos la misma suerte. La dimensión religiosa está puesta en la diana de la reforma legal en nuestro país para que quede descatalogada de los delitos de odio, de modo que los insultos, ridiculizaciones, ofensas, etc., no tengan ningún efecto legal contra quienes lo realizan y, por tanto, ninguna defensa para los que lo sufren. Si actualmente los ejemplos de mofa pública contra las creencias religiosas, en concreto contra la católica, son números (exposiciones, desfiles, entrevistas, etc.), imagínense si desaparece el dique legal que podría contener a alguno de sus excesos.
Tan sensibles como somos al acoso escolar y laboral, y ¡cómo no!, con las terribles consecuencias que lleva consigo en muchos casos, resulta que estamos diseñando una nueva modalidad de bullying orientada a creyentes, cuya dimensión religiosa no va a ser tenida en cuenta a la hora de denigrarla. ¿Pero alguien ha calibrado las consecuencias que esto puede tener? ¿Ayuda a nuestra convivencia, ya de por sí bastante zarandeada, una reforma legislativa como la que se está barruntando? ¿Acaso no es un acto de profunda irresponsabilidad favorecer el atentado contra los sentimientos religiosos de tantos españoles, que en un porcentaje muy elevado se declaran creyentes; que celebran las fiestas de sus santos y patrones a lo largo de toda la geografía nacional y viven la fe de forma pacífica, sin arremeter contra nadie, con todos los beneficios que esta forma de entender la vida reporta a la sociedad? Si pienso bien, no lo entiendo; pensándolo de otro modo, resulta sobrecogedor y tremendamente dañino para el trato que nos debemos unos a otros.
No es un problema sólo para católicos, o miembros de otras religiones. Es cuestión de convivencia democrática, de libertad. Este antojo ideológico puede centrarse mañana en otro ámbito de nuestra sociedad según las justificaciones del momento.
Por eso, no creamos que mientras las faltas de respeto y el insulto directo no vayan contra lo que cada uno entiende que es lo suyo no resulta problemático, porque como hemos indicado, se trata de un atentado que, tarde o temprano, puede sacudir otros sectores, y todos, de alguna manera, estamos interconectados. El lamentable “yo no hice nada” porque no eran de los nuestros, que denuncia el famoso poema de los años treinta, criticando la indiferencia de cada sector de la sociedad frente a los desmanes de su época, no debería repetirse de nuevo.
Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia con los que nos asomamos a la realidad de nuestro país no dejan de chirriar en estos momentos, por ejemplo, cuando vemos que el bien común no es lo que se está sembrando; cuando la igualdad entre españoles está sometida a la negociación de intereses particulares; cuando aparecen listas según la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios; y, como venimos diciendo en este artículo, cuando se quiere despenalizar la agresión a una dimensión fundamental de la persona como es la vivencia religiosa.
Potenciemos lo que ha hecho de España una gran nación, y contribuyamos todos, desde cada uno de los sectores en los que nos movemos, para asegurar el mejor futuro a las generaciones venideras. Sin duda, el famoso consejo bíblico que atraviesa religiones y culturas puede ser una buena forma de proceder: no hagas a otro lo que no quieras para ti.
Santos Montoya Torres
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
Diario La Rioja, 21 de octubre de 2024