Enviados a una misión
El capítulo 10 del evangelio de san Juan se dedica a explicar una imagen que pone Jesús para hablar de sí mismo, la imagen del buen pastor. Jesús se presenta como el buen pastor que cuida de un rebaño, al que protege, acompaña y del que se preocupa. De todos y de cada uno. Dice Jesús del buen pastor, y él mismo lo cumplirá con el testimonio de su propia vida, que está dispuesto a dar la vida por el rebaño, a dar la cara ante los lobos, no como el pastor asalariado que huye cuando ve el peligro. Esa misión que asume personalmente es la que encarga a sus apóstoles durante la Última Cena y también en los momentos previos a su Ascensión a los cielos.
La misión del pastor de alimentar al rebaño, de protegerle en los peligros, de acompañarlo a los pastos más suculentos, de curar a los que están enfermos es la que, en la Iglesia, realizan los obispos, los sacerdotes, los religiosos, todos los consagrados al servicio del Pueblo de Dios.
Es lo que se llama la acción pastoral de la Iglesia y que tiene muchas expresiones, que se pueden resumir en estas cuatro dimensiones: acompañar, cuidar, curar y proteger al Pueblo de Dios. En ellas cabe desde la catequesis, la visita a los enfermos y a los presos, el cuidado de los moribundos, los colegios, las editoriales de la Iglesia y sus medios de comunicación, la confesión y el acompañamiento espiritual,… Toda la actividad de la Iglesia tiene como fin el servicio al Pueblo de Dios.
A lo largo de la historia de la Iglesia, son abundantes los testimonios de aquellos que han entregado su vida, como el buen pastor, en el cumplimiento de la misión que habían recibido: catequistas, sanitarios, sacerdotes, misioneros, miles de santos, en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento de la historia: Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, Óscar Romero, Benito Menni, Catalina Labouré, Teresa de Ávila, Agustín de Hipona, Pablo de Tarso, son ejemplos de una multitud de personas que se entregaron a la misión pastoral de la Iglesia, entendida tanto en lo material como en lo espiritual.
No obstante, aunque la misión pastoral la realizan con toda su vida los consagrados, todos los demás bautizados participan también de esa misión, según su vocación y su lugar en la Iglesia. Los fieles laicos hacen presente el testimonio cristiano en el mundo de trabajo, de las relaciones personales, de la política, etc. Pero muchos de ellos, además, colaboran en la misión pastoral de la Iglesia según sus posibilidades y sus capacidades. Lo hacen dedicando una parte de su tiempo a esa labor, en cualquiera de sus campos: dando catequesis, acompañando a enfermos o visitando a presos como voluntarios, en los ministerios laicales de acólitos y lectores.
Esta actividad pastoral se prolonga en la Iglesia, continuando la misión de Jesucristo, sacerdote, profeta y rey, hasta el final de los tiempos. De la labor pastoral brota la acción social de la Iglesia, el empeño por cuidar al Pueblo de Dios se prolonga a todas las personas que están cerca, sean o no, parte de la Iglesia. La responsabilidad de sus miembros en la misión pastoral de la Iglesia es garantía del cumplimiento del mandato de Jesús, que dejó dicho: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”.