Decían los antiguos que la oración es la respiración del alma. Y por sí misma hace brotar, crecer y acompañar toda experiencia religiosa.
Entre las innumerables formas de oración, los salmos son la oración de Israel que asume la Iglesia. En ellos todo queda implicado en la alabanza a Dios, desde los animales hasta las estrellas del cielo. Los 150 salmos son como la voz de la esposa Iglesia que habla con su esposo, el Señor. Es una conversación profunda, a veces con dolor, con sufrimiento. Otras con alegría, con esperanza. También con confianza, con acción de gracias. Hay un salmo para cada circunstancia de tu corazón, capaz de expresar a Dios con precisión el sentimiento más profundo que lo habita. Ese salmo es, aquí y ahora, la palabra que Dios quiere escuchar de ti.
En los salmos, además de la oración personal para el diálogo íntimo con Dios, encontramos la oración de la Iglesia que se vive en la celebración, en la liturgia.
El pueblo entero que se reúne para la alabanza a Dios con los salmos es el gran aliento de la humanidad y de la creación, alabando a su Señor y Creador.
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