El Papa entrega Spes non confundit, la bula de convocación del Año Santo 2025

Es la esperanza lo que el Papa invoca como don en el Jubileo 2025 para un mundo marcado por el choque de las armas, la muerte, la destrucción, el odio al prójimo, el hambre, la “deuda ecológica” y la baja natalidad. La esperanza es el bálsamo que Francisco quiere extender sobre las heridas de una humanidad que, “ajena a los dramas del pasado”, se ve sometida a “una prueba nueva y difícil” que ve a “tantas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia” o atenazadas por un crecimiento exponencial de la pobreza, a pesar de que los recursos no faltan y se destinan sobre todo a gastos militares. Spes non confundit, “La esperanza no defrauda”, es el título, tomado de la Carta a los Romanos (Rom 5,5) de la Bula de Convocación del Jubileo Ordinario pronunciada esta tarde, 9 de mayo, por el Papa a las Iglesias de los cinco continentes durante las segundas Vísperas de la solemnidad de la Ascensión.

Aquí puedes consultar la bula completa

La Bula contiene súplicas, propuestas (como la dirigida a los gobiernos para que amnistíen o indulten las penas de los presos o la de un Fondo Mundial para eliminar el hambre con el dinero de las armas), luego llamamientos en favor de los presos, los enfermos, los ancianos, los pobres, los jóvenes, y anuncia las novedades de un Año Santo -una sobre todo, la apertura de una Puerta Santa en una cárcel- que tendrá como tema “Peregrinos de la esperanza”, en referencia a los fieles que vendrán a Roma y a los que, no pudiendo llegar a la ciudad de los apóstoles, lo celebrarán en Iglesias particulares.

La apertura de la Puerta Santa

En medio de estas “grandes etapas”, el Papa estableció que la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro se abrirá el 24 de diciembre de 2024, iniciando así el Jubileo Ordinario. El domingo siguiente, 29 de diciembre, el Pontífice abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Juan de Letrán. A continuación, el 1 de enero de 2025, Solemnidad de María Madre de Dios, se abrirá la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor. El 5 de enero, se abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pablo Extramuros. Estas tres Puertas Santas se cerrarán el domingo 28 de diciembre del mismo año. En cambio, el 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales y concatedrales, los obispos celebrarán la Eucaristía como solemne apertura del Año Jubilar. El Jubileo concluirá con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro el 6 de enero de 2026, Solemnidad de la Epifanía del Señor.

Una fecha común para la Pascua

En el documento, el Papa Francisco mira al pasado, concretamente al “Jubileo Extraordinario de la Misericordia” convocado en 2015, pero también al futuro, concretamente a la celebración en 2033 de los dos mil años de la Redención y, ya antes, a los 1700 años de la celebración del primer gran Concilio Ecuménico de Nicea, que entre los diversos temas trató también la datación de la Pascua. “A este respecto, todavía hoy existen diferentes posturas, que impiden celebrar el mismo día el acontecimiento fundamental de la fe”, subraya el Papa, pero “por una circunstancia providencial, esto tendrá lugar precisamente en el Año 2025” (17).

“Que este acontecimiento sea una llamada para todos los cristianos de Oriente y de Occidente a realizar un paso decisivo hacia la unidad en torno a una fecha común para la Pascua. Muchos, es bueno recordarlo, ya no tienen conocimiento de las disputas del pasado y no comprenden cómo puedan subsistir divisiones al respecto”.

La paciencia, virtud decisiva

La esperanza de Francisco es que “para todos”, especialmente para los más desanimados que “miran el futuro con escepticismo y pesimismo”, el Año Santo sea una oportunidad para “reavivar la esperanza” y también la virtud de la paciencia hoy “relegada por la prisa”.

“De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón. Asimismo, en la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. Si aun fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán esencial es la paciencia” (4).

La paz en el mundo

El Obispo de Roma invita a ver la esperanza en los “signos de los tiempos”, poniendo atención, sin embargo, “a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia”. “Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra”, escribe.

“La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia. ¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial? ¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte?” (8).

Esta “exigencia de paz” interpela a todos y pide que se lleven a cabo “proyectos concretos”. Ante todo por parte de la diplomacia, a la que se pide “construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera”.

Llamamiento por la natalidad

Con igual vigor, el Papa Francisco llama a recuperar el entusiasmo por la vida, ya que “se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad” por diversos motivos: “los ritmos frenéticos de la vida”, “los temores ante el futuro”, “la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas”, “los modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones”.  “Por el contrario, en otros contextos, ‘culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas'” (9).

Una alianza social (no ideológica) para llenar las “cunas vacías”

Para el Papa, es “urgente” que, además del compromiso legislativo de los Estados, haya un “apoyo convencido” de los creyentes y de la sociedad civil al “deseo” de los jóvenes de engendrar nuevos hijos. “La comunidad cristiana, por tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que trabaje por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo” (9).

 

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