En el Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo: “¡No más muertes en el Trabajo! y esforcémonos en lograrlo”

Jornada 1 Mayo - Día del Trabajador

Los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social firman una nota para el Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo que se celebra el 28 de abril. “¡No más muertes en el Trabajo! y esforcémonos en lograrlo” es el título que encabeza este escrito. Un título que recoge la llamada que hacía el papa Francisco en su homilía de la Misa de Nochebuena 2021.

En el Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo:
“¡No más muertes en el Trabajo! y esforcémonos en lograrlo” (1)

I. Introducción.

La vida es el mayor bien que atesoramos y que hemos de honrar viviéndola con dignidad, de acuerdo con nuestra vocación de hijas e hijos de Dios. Cuidar esta dignidad implica cuidar nuestra salud en el más amplio de los sentidos, también en el ámbito laboral, preocupándonos por la de quienes trabajan.

Con este mismo objetivo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) celebra el Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo cada 28 de abril. Su objetivo es insistir en la prevención de accidentes y enfermedades en el lugar de trabajo. La celebración nos ofrece la oportunidad de concienciar a la población sobre este gran problema que afecta a tantas personas y familias.

A la Iglesia le preocupa este asunto, como demuestran las manifestaciones de apoyo y de compromiso en este ámbito, surgidas en varias diócesis españolas. También se han dado iniciativas, en este sentido, en el seno de la Conferencia Episcopal Española (2).

II. La Salud Laboral. Una realidad dura, injusta y silenciada.

Durante 2022, en España, murieron más dos personas cada día a causa de la siniestralidad laboral, registrándose 1.196.425 accidentes, más de 3.277 diarios, y se dieron 22.589 casos de enfermedad relacionada con el trabajo (3).

No son números. Son personas.

Tras las cifras, hay personas, con nombre y apellidos, que forman parte de una familia. Cada número nos habla de un proyecto de vida truncado, de personas desprotegidas que deben asumir las consecuencias de un accidente que les deja mermada su capacidad para ganarse la vida y, peor aún, nos habla de la cantidad de hombres y mujeres que, saliendo de casa a ganarse la vida, acaban encontrando la muerte en su lugar de trabajo.

Normalizamos lo que no puede ser normal.

En muchas ocasiones, las muertes en el trabajo son ignoradas, normalizadas e invisibilizadas. Este problema no aparece en nuestras conversaciones, ni en las noticias de los informativos. Vivimos de espaldas a una tragedia que tampoco está presente en las agendas políticas. Más aún, se tiende a percibir esta lacra como meros episodios individuales, que atañen sólo a quienes los sufren, achacando lo sucedido a la fatalidad o a la negligencia de los propios trabajadores.

Pero la falta de salud laboral tiene que ver mucho con la calidad del puesto de trabajo, con los ritmos de producción impuestos en él, con las condiciones objetivas del trabajo o con el incumplimiento de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales en las empresas. Se trata, en definitiva, de un problema social relacionado con profundas y permanentes carencias estructurales de nuestro mercado laboral, que reclama respuesta y soluciones concretas y eficaces, porque cada vida importa.

III. La vida: el más sagrado de nuestros bienes… también en el trabajo.

La vida humana (…) es realidad sagrada, que se nos confía para que la custodiemos con sentido de responsabilidad” (EV, 2) (4).

La persona, centro de las relaciones laborales.

El trabajo es una dimensión consustancial al ser humano. A través de él colaboramos con el Padre en su tarea de la Creación y, a la vez, vamos experimentando nuestro propio crecimiento personal (5). Como dice s. Juan Pablo II: “el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto (…) una consecuencia muy importante de naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo».” (LE, 6)

La economía, al servicio de la vida.

En nuestra sociedad, vivimos una situación de profunda injusticia estructural que consiste en dar a los bienes producidos más valor que a la persona que los hace posibles. De esta manera “el hombre es considerado como un instrumento de producción” (LE, 7), lo que supone la negación de nuestra dignidad como hijas e hijos de Dios al convertirnos en simple fuerza de trabajo, en instrumento del que obtener un beneficio económico.

El trabajo es para la vida.

Por ello, debemos hacer nuestro el lamento del mismo papa Francisco en la Nochebuena del 2021: “En el día de la Vida repitamos: ¡No más muertes en el Trabajo!” y, sobre todo, hagamos mandato de lo que dijo para terminar esa frase: “y esforcémonos por lograrlo”.

La Iglesia no puede por menos que implicarse: “El compromiso al servicio de la vida obliga a todos y cada uno. Es una responsabilidad propiamente eclesial, que exige la acción concertada y generosa de todos los miembros y de todas las estructuras de la comunidad cristiana” (EV, 79).

Si verdaderamente apostamos por la vida por la defensa de la salud y la seguridad laboral necesitamos, desde la cultura del cuidado, hacer frente al descarte de lo humano“Si el trabajo es una relación, entonces tiene que incorporar la dimensión del cuidado, porque ninguna relación puede sobrevivir sin cuidado (…) Un trabajo que cuida, contribuye a la restauración de la plena dignidad humana (…) Y en esta dimensión del cuidado entran, en primer lugar, los trabajadores (…) (6)”.

IV. “Esforcémonos por lograrlo”.

Para revertir esta situación de dolor y generar movimientos comprometidos en la defensa de la salud y la seguridad en el trabajo, debemos seguir el modelo del buen samaritano. En esta parábola encontramos la guía perfecta que nos orienta sobre cómo actuar ante la siniestralidad laboral y cómo implicarnos y comprometer a otras personas e instituciones:

  • Necesitamos fijarnos en la realidad para descubrir, visibilizar y denunciar situaciones de sufrimiento; para concienciar a la sociedad, combatir la indiferencia y poner a disposición de las víctimas los recursos necesarios.
  • En nuestra tarea de acompañar a las víctimas, acerquémonos a ellas, escuchémoslas, que nuestra presencia las reconforte y sientan que no están solas.
  • Colaboremos en el cambio de mentalidad porque estos “sucesos” no son fruto de la casualidad o de la mala suerte. Combatamos, también, la resignación, pues la inmensa mayoría de las enfermedades y accidentes son evitables, si se cumple la normativa.
  • Potenciemos el asociacionismo, pues el trabajo colectivo es necesario para impulsar políticas que hagan avanzar en este compromiso.
  • Invitamos a apoyar la labor que los sindicatos y organizaciones empresariales comprometidas llevan realizando a este respecto, defendiendo el derecho a unas condiciones sanas y seguras en el trabajo, fomentando la cultura preventiva y haciendo que se cumpla la normativa vigente.
  • Reclamamos a las administraciones públicas que velen por el cumplimiento de la legislación laboral, poniendo medios para que las víctimas y sus familias no tengan que sufrir otro calvario adicional ante los procesos burocráticos y jurídicos a fin de que  sea reconocida su condición de víctimas.
  • Favorezcamos el encuentro y el diálogo entre los agentes sociales con el objetivo de compartir recursos, encontrar vías de cooperación y dar una respuesta más ágil y cercana a las víctimas.
  • Como Iglesia, debemos promover la defensa de la vida en el trabajo, creando conciencia en nuestras comunidades eclesiales, implicándonos en la denuncia de esta injusticia y apoyando las iniciativas y campañas, como la que ya lleva a cabo Iglesia por el Trabajo Decente.

+ Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social

Madrid, 28 de abril de 2023

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