La juventud es una etapa original y estimulante de la vida, que el propio Jesús vivió, santificándola, en su trabajo, en su familia y en la relación con Dios en la oración y en la sinagoga. Antes de comenzar lo que se llama su vida pública, el cumplimiento de su misión, el paso de Jesús por la juventud es señal de que este es también tiempo de santificación y de vida cristiana. A Jesús, el Papa Francisco le llama joven entre los jóvenes.
Las características vitales y existenciales de los jóvenes son próximas a lo que pide el Evangelio de Jesús y la pertenencia a una Iglesia en salida. Es propio del corazón joven disponerse a la entrega de la vida, a soñar con ideales altos, al cambio, ser capaz de volver a comenzar, de levantarse y de dejarse enseñar. La Iglesia se ofrece a través de innumerables iniciativas para formar a los más jóvenes, ofrecer itinerarios de vida cristiana y de servicio a los necesitados. Se trata de realizar un camino juntos, que enriquezca la vida cristiana de la comunidad y la vida personal del joven.
Son jóvenes los que tienen un corazón capaz de amar. Pero, al mismo tiempo es posible encontrarse jóvenes envejecidos, con el corazón agrietado, con una capacidad de amar agotada. A todos ellos la Iglesia les invita a recuperar la juventud en el trato con el Señor, en el amor de Dios y, de manera especial en el encuentro caritativo con los que sufren y con los empobrecidos, pues el corazón sana cuando se entrega. La juventud renovada, dice el Papa Francisco, tiene entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia… se soportan unos a otros y se perdonan mutuamente.
La juventud es también lugar para la esperanza de la Iglesia porque los jóvenes no son sólo un terreno de misión de la Iglesia, son también protagonistas de esa misión. Como lugar de misión, la Iglesia siente a los jóvenes como miembros de ella misma y procura poner a su alcance los valores de la bondad, del amor, de la entrega, del servicio. Porque como señala el Papa Francisco, nada de eso quita la juventud. Al contrario, la fortalece, la renueva y la hace fecunda. La juventud está llamada a dar frutos grandes ahora, porque ellos son el ahora de Dios.
Como protagonistas de esa misión, la Iglesia los llama para ser enviados pues confía en que son los jóvenes los mejor capacitados para evangelizar a los jóvenes y construir un mundo mejor. Ellos tienen sueños grandes, buscan horizontes amplios, se atreven a más y aceptan mejor las propuestas desafiantes. La invitación del Señor a dejarlo todo y a seguirle a Él resuena especialmente en un corazón joven con una mirada renovada al mundo.