En conmemoración mía
“Haced esto en conmemoración mía”. Estas palabras de Jesús en la Última Cena dan origen a dos de los sacramentos de la Iglesia: la eucaristía y el orden sacerdotal. Jesús pide que esa celebración se haga nueva en la vida de la Iglesia, en cada momento. Esa misión la confía a los apóstoles y a sus sucesores. La Iglesia celebra la presencia de Jesús viva, activa y actual, en la Iglesia, en sus personas, en sus acciones. Jesús no es un personaje del que se habla sino una persona con la que se habla.
Los siete sacramentos de la Iglesia son, junto a la oración, el cauce ordinario de la gracia, el medio por el que llega a cada cristiano la ayuda que Dios nos da para cumplir la misión que nos ha confiado. De la misma forma que hay acontecimientos en la vida de las personas que marcan toda la existencia, la vida cristiana tiene también unos acontecimientos especiales que la marcan de manera definitiva.
Así, del mismo modo que las personas nacen a la vida, con el sacramento del bautismo los cristianos nos incorporamos a la Iglesia y comienza esa vida cristiana. Al igual que las personas se alimentan y procuran el fortalecimiento de su cuerpo, la vida cristiana se alimenta en la eucaristía y se fortalece en la confirmación. El tratamiento para la enfermedad o la ayuda en los momentos finales de la vida se equipara a los sacramentos de la reconciliación y la unción de los enfermos. El amor y el compromiso con los demás que se vive en la vida tienen su reflejo en el matrimonio y el orden sacerdotal, en la vida cristiana.
Esta fe celebrada es la fe que ha sido anunciada por los catequistas, las obras religiosas, los sacerdotes, los misioneros. En cada una de sus llamadas convocan a la celebración de la comunidad cristiana, y en esa celebración se hace visible el pueblo de Dios, reunido en torno al altar para compartir la fe. De hecho, esta celebración del misterio cristiano tiene dos consecuencias. Por un lado, sostiene la vida del cristiano y la identidad de la Iglesia. Se ha dicho decir que la eucaristía edifica la Iglesia, y la Iglesia hace (celebra) la eucaristía. Cada persona, cada parroquia, cada comunidad, cada misión, cada obra de la Iglesia se edifica, se sostiene en la eucaristía.
Al mismo tiempo, la celebración impulsa la vida y el compromiso de los cristianos que están llamados a dar testimonio de lo que viven y de lo que celebran. El envío final de la eucaristía y de todos los sacramentos, el id, es un mandato para una misión. En la celebración de la Iglesia el cristiano queda comprometido con un envío misionero.
Casi diez millones de personas celebran con regularidad la eucaristía y los otros sacramentos de la vida cristiana. Mucho otros tienen en la celebración de la Iglesia el referente de su vida religiosa. A esa celebración se dedican sacerdotes y religiosos con un compromiso completo de su vida, conscientes de que esa celebración sostiene la Iglesia. España entera, en cada lugar, en cada pueblo tiene su lugar de celebración, hasta el punto de que en buena parte del país el lugar más conocido y más reconocido es el lugar de la celebración cristiana: la parroquia, la basílica, la ermita, la catedral.