El P. Marceliano Alonso entregó su vida por la causa de Jesús el 13 de agosto de 1936 en Alboraya (Valencia). Fue fusilado por un grupo de milicianos junto a sus compañeros claretianos PP. Gordon y Galipienzo, en aquel torbellino inexplicable que fue el comienzo de la Guerra Civil Española, cuando un odio enloquecido contra la religión recorrió pueblos y ciudades de nuestro país. De aquella hora terrible y sublime se hizo memoria el pasado 1 de mayo en la iglesia de San Juan Bautista, en la villa de Grañón (Logroño). Allí, en este mismo templo pero en el año 1906, cuando contaba con solamente cuatro días de vida, fue bautizado el hoy beato Marcelino Alonso, y en la pila bautismal luce una placa que lo recuerda. El misionero Julián Ojeda, párroco en la misma diócesis de Calahorra – La Calzada Logroño fue invitado al acto, y allí pronunció unas palabras de agradecimiento en nombre de todos los Misioneros Claretianos. “La Congregación es gloriosa en sus beatos y mártires”, exclamó. “Ellos son verdaderos maestros de espiritualidad para nosotros, pues han dejado una huella imborrable en lo más profundo de nuestra vocación religiosa y misionera al estilo de Claret”.
Aquel mismo día también se hizo presente el obispo de la diócesis en Logroño, Mons. Santos Montoya, que consagró este espacio de la parroquia dedicado al P. Alonso con una oración de bendición. Espacio, por cierto, que compartirá con otro religioso mártir, hermano de La Salle. A ambos se les ha dedicado un hermoso cuadro que ya cuelga de los muros.
“Fue un día de fiesta en Grañón”, explica el P. Ojeda. “Se celebra el día de la Virgen del Carrasquedo con una misa en la ermita de este conocido pueblo riojano. Seguidamente, los fieles procesionamos desde allí con la talla de la virgen hasta la parroquia de San Juan Bautista, donde tuvo lugar la bendición del obispo”. Allí también fue donde la autora del cuadro explicó las motivaciones que impulsaron la creación de esta obra, y hasta cinco sobrinos del P. Alonso se contaron entre la atenta comunidad de fieles. “Son sobrinos de nuestro hermano beato y mártir, y en otras ocasiones han viajado a Valencia, a nuestra parroquia de San Vicente, pues allí descansan los restos de su tío”. matiza el P. Ojeda recordando este día. “Me comentaron en varios momentos que pude compartir con ellos el grato recuerdo que guardan de aquella comunidad de claretianos”, completa.
El día finalizó siguiendo la tradición de estas fiestas dedicadas a la virgen, que consiste en una comida fraterna en la hospedería de la parroquia preparada por la panadera del pueblo. “Fue un momento muy simpático, vernos, entre un nutrido grupo de veinte o veinticinco peregrinos, al señor obispo, al párroco, -D. Narciso Corcuera-, y a algunos religiosos Hermanos de La Salle compartiendo mesa y mantel”, finaliza.
Un día, pues, gozoso y festivo, que da cuenta de cómo la Iglesia española de hoy dedica tiempo y mimo a conocer y a amar a la Iglesia del treinta y seis, con sus luces y sombras. Como dejó escrito el ya fallecido Card. Sebastián, “Podrían señalarse muchas deficiencias a la Iglesia de entonces, y más de una responsabilidad, por acción u omisión, en todo lo que ocurrió. Pero no se puede negar la grandeza de una Iglesia que en sus obispos, sacerdotes, religiosos y seglares dio millares de mártires, comparables con los mártires de los primeros siglos”.