Han transcurrido 800 años, de generación en generación, manteniendo el cariño y la devoción de los vecinos de Valgañón a Ntra. Señora de Tresfuentes. Seguro que le hubiera gustado a don Mauricio, obispo de Burgos, cuando consagró el templo el día 7 de noviembre de 1224, saber que su obra perviviría, y la fe también. A este ilustre obispo le debemos la construcción de nuestra Iglesia románica; a él y a sus buenas relaciones con el rey Fernando III El Santo, y con su madre, doña Berenguela, quienes fueron capaces de allegar los fondos necesarios para tan buen fin.
La Iglesia de Tresfuentes (antaño conocida como de Santa María), fue una sencilla ermita románica que a lo largo de los siglos sufrió siete transformaciones: Primero se amplió la nave, pasando a ser rectangular y de cuatro tramos; después se levantó el pórtico en la fachada sur, lo que ha permitido conservar la clásica portada abocinada; a continuación (en el siglo XVII) se construyen las dos capillas laterales y dos recintos al noroeste; y ya en el siglo XVIII tiene lugar la obra más controvertida, al derribarse parcialmente el ábside para construir una gran sacristía. A principio de siglo XX, se levanta la nueva torre-campanario, y en 1992, comienzan las obras de recuperación del ábside románico y restauración del templo, que se han prolongado hasta nuestros días.
En el interior hay varios altares-retablos. En las alas Norte y Sur, respectivamente, los de El Salvador y el Cristo de la Vera Cruz (o de Bañares), ambos del siglo XVII, obra del arquitecto calceatense Diego de Ychasso, con acabados de Martín de la Cuesta y Eugenio de las Cuevas. El retablo del Cristo, fue costeado por don Lorenzo Martínez Maeztu, oriundo de Valgañón, e incluye los lienzos de él y de su esposa, Juana Cavero, del pintor Eugenio de las Cuevas. El retablo de El Salvador, fue sufragado por cuestación popular y por las Cofradías de la villa. En el centro de la nave, a ambos lados del presbiterio, los altares-retablo de San Antonio y San Isidro, donados por el prócer nacido en Valgañón, don Antonio Gonzalo Zaldua, de estilo rococó, siglo XVIII, en uno de los cuales están los retratos de don Antonio y su esposa, obra del pintor de la Corte, Luis González Velázquez. Frente a la entrada principal, el retablo de la Inmaculada, de estilo barroco con columnas salomónicas, hecho por encargo de don Juan Martínez Maeztu, quien dejó para ello un importante legado. Por último, tenemos el que durante muchos años fuera altar mayor, y que ahora – después de las obras de recuperación del ábside – ha pasado al fondo de la nave. Se trata de un altar de estilo barroco, de mediados del siglo XVIII, con columnas compuestas de fuste acanalado. Dispone de un camarín para la Virgen; un tabernáculo para guardar al Santísimo Sacramento y en la parte inferior, el sagrario. Flanqueado por las imágenes de San Joaquín y Santa Ana, y en el punto más alto, San José.
Es de destacar el órgano (año 1750), obsequio del sacerdote don Dionisio López de la Umbría, quien ejerció su ministerio en Madrid y dejó en el testamento un legado de 6.000 reales para su adquisición, obra del ezcarayense Pedro de Orío. También son dignos de mención la pila bautismal (siglo XII-XIII) y la puerta de acceso a la nave, de doble hoja, en madera de roble, adornada con una gran variedad de herrajes, de distintos motivos, que llama la atención a quien la contempla.
Cuatro campanas (llamadas popularmente “Garbanzona”, “Mediana”, “Esquilín” y “Esquilón”), con 1.200 kilos en total, se encargan de alegrar la llegada de las procesiones y el comienzo de los actos litúrgicos. Y no nos olvidemos de la fuente de los tres caños, que no cesa de soltar agua, con un caudal que ronda los 15.000 litros a la hora.
La ocasión merece que se celebre el acontecimiento con el máximo esplendor posible. A tal fin, se han previsto diversos actos abiertos a todo el mundo, que tendrán lugar en el templo. Nuestra Señora, la Virgen de Tresfuentes, eje del esplendor de todo este conjunto histórico-artístico, vela para que se siga manteniendo. No solo el templo; también la fe.
José Luis Agustín Tello