Hace años, el famoso grupo humorístico Les Luthiers, en uno de sus chistes escenificados, cantaba una canción dedicada al problema de las polillas. Como si se tratara de un anuncio publicitario, mostraba las propiedades de un producto al que llamaban Nopol. El supuesto matapolillas Nopol resultaba muy eficaz para acabar con las plagas de estos insectos. Lo pueden encontrar en Internet, no el producto, aclaremos, sino la escena.
Pues bien, con la teatralidad acostumbrada de estos magos del humor, mientras cantaban, empezaban a surgir las pegas sobre el triste destino de las polillas, y por tanto la crueldad del producto en cuestión. Uno de los integrantes del grupo, de cinco componentes, se erigía en defensor de las polillas e intentaba ganar el favor de los demás. De este modo, aun siendo minoría, fue consiguiendo que las propiedades del producto fueran variando en el transcurso de la canción, pasando de matarlas, a desmayarlas, y después a fortalecerlas y hacerlas crecer. Y esto, en uno pocos minutos. Al final, el grupo al completo asumía que la ropa, que antes era perjudicada por estos bichitos, ahora era un alimento vigoroso de polillas. La escena termina (perdón por desvelarlo) cuando el díscolo integrante aniquila de un palmotazo una polilla que se le había posado en la cara. Ahora no interesaba otra cosa. Magistral.
Es lo que tienen los humoristas, que son capaces de mostrar con gracia situaciones tremendas de la vida, soportables en ese contexto, pero que cuando se analizan sin el velo del espectáculo resultan tremendamente duras. La descodificación de lo contemplado en el escenario, identificando posibles personajes y actitudes en la vida real, deja boquiabierto a quien lo analiza, y no puede parar de considerar cómo es posible que se haya producido esta situación, y qué hacer para remediar sus efectos.
Lo que resulta evidente, aprovechemos la intemporalidad del humor para nuestra reflexión, es que el mismo producto que se emplea para eliminar una plaga perjudicial se convierte al mismo tiempo en una medida beneficiosa para esa plaga, y por tanto, para la gente, que antes supuestamente la sufría y ahora repentinamente la goza. Y todo, en un breve espacio de tiempo, donde es fácil, aun en nuestra desmemoria, acordarnos de lo dicho unos instantes atrás. Las hemerotecas son testigo de este principio de contradicción que se esquiva sin rubor.
Y alguien podrá apelar al legítimo cambio de rumbo en sus decisiones. De hecho, las hemos proclamado desde aquí, en el anterior artículo, hablando de la conversión al catolicismo de varias personas que encontraron en la fe un estilo de vida más pleno que el que tenían. Y lo seguimos proclamando en este tiempo de Adviento que nos anima a la conversión.
Pero la conversión de la que habla el Evangelio supone un reconocimiento de la verdad, la aceptación humilde de la propia culpa, el compromiso para restablecer el daño producido, el deseo de bien para todos, la atención al necesitado, y la firme intención de no volver a las andadas.
Pues esto no es precisamente lo que se despacha. Si todos a la vez cantan las glorias del antipolilla, y unos acordes después, el mismo grupo reconoce que el potingue las fortalece, no es un mero cambio de opinión, es otra cosa.
Ya nos decían en el seminario, en las clases de Filosofía, que cuando lo evidente hay que explicarlo demasiado es que hemos perdido la capacidad de leer la realidad, o lo que es peor, que nos negamos a reconocer lo obvio porque hay intereses particulares que ciegan nuestra mirada y recuperarla supone una renuncia a la que no siempre se está dispuesto.
Creo que el mejor antídoto es el que nos propone el cuento de El rey desnudo, no dejar de proclamar lo que es obvio, que el rey no llevaba un traje transparente como repetían los aduladores, sino que verdaderamente estaba desnudo como empezaron a decir los más sencillos, los que no temían a la verdad.
Los cristianos vamos a celebrar que la Verdad se ha encarnado y habita en medio de nosotros, que nos hace libres, y nos capacita para seguirla. Que la Navidad, con todo su mensaje, siga atrayendo a los que oyen la voz de la verdad y los mueva a proclamarla, también con humor.