Con esta palabra, obrigado, gracias en portugués, se despedía el Papa Francisco de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) el pasado 6 de agosto en una impresionante celebración en el Parque Tejo de Lisboa. Un millón y medio de jóvenes han sido protagonistas de esta convocatoria universal.
Cómo no agradecer la tarea de tantísimas personas implicadas en un evento de estas características. Merece la pena echar un vistazo al alarde organizativo de estas jornadas en las que las cifras son mareantes. Además de los participantes venidos de prácticamente todos los países del mundo, los miles de familias de acogida, voluntarios, actividades culturales y religiosas, artistas invitados, periodistas, personal sanitario y de orden público, lugares asociados de restauración, etc.
Si los números son espectaculares, más espectacular es el resultado inmediato de esta avalancha de gente que ha invadido Lisboa. Afortunadamente podemos decir que no se han producido incidentes que hubieran afeado este ejemplo de civismo de una juventud que ha dado testimonio de un modo diferente de hacerse presente con alegría y con respeto hacia las personas y las cosas. Sin trifulcas con la policía, sin destrozos, sin delitos, sin enfrentamientos entre los participantes, y así una retahíla de buenos efectos que nos ayudan a reconocer que la convivencia es posible cuando lo que sembramos es diferente.
Lisboa se ha convertido en un centro de peregrinación donde se ha mostrado espontáneamente el mensaje de fraternidad universal que brota de la fe, convocados en el nombre de Jesús por el Papa Francisco, que, con sus 84 años, ha sabido entusiasmar de nuevo a los jóvenes del mundo sin otro reclamo que la propuesta de la vida cristiana, como hiciera el iniciador de estas jornadas mundiales, el santo Papa polaco, Juan Pablo II.
Si impresiona escuchar los cánticos de los jóvenes por las calles, con facilidad para la broma, los saludos y las fotos con mil gestos, agolpados repentinamente en cualquier lugar, sobrecoge el silencio de las celebraciones multitudinarias donde cientos de miles de personas reconocen una presencia, no ya la del Papa, que ha despertado la emoción, los aplausos y los vivas, sino la presencia de Aquel a quien el Papa ha venido a señalar, la del Señor, ante la que por un tiempo se enmudece, se cambia la postura buscando el recogimiento, la conciencia de saber que allí, en medio de la gente está Él, con quien uno se puede relacionar. La emoción es distinta, el objetivo está centrado, la razón por la que uno se puso en movimiento es posible reconocerla. Y se nota. Se puede formar parte de una gran concentración sin perder la conciencia de una participación libre y personal, lo que en el silencio de la oración se percibe especialmente.
“¿Qué nos llevamos?” Es una de las preguntas que el Papa lanzó en la misa de despedida. Nos animó a mantener vivos los momentos que nos hubieran impactado más, los más hermosos, que pudieran responder a las situaciones con las que cada uno tendría que enfrentarse al volver. Los mensajes han sido bien claros y profundos: “no están aquí por casualidad”; “Dios nos ama”; “somos amados como somos”; “en la Iglesia hay espacio para todos”; “Jesús quiere abrazar nuestra vida”; “hacer preguntas es bueno”; “levantarse, no permanecer caído”; “quien ama, sirve”; “arriesguen”; “escucha”; “el sueño de la paz”; “no tengan miedo”; … Y así podríamos reproducir todo lo proclamado por el Papa estos días, cuyos discursos están al alcance de todos y son una lectura siempre conveniente, se tenga la edad que se tenga.
Guardemos, por tanto, lo experimentado, que no se trate sólo de un destello sin más consecuencias. Que se lo digan a Jimena, la joven que llevaba dos años sin ver, y terminó viendo al final de una de las celebraciones, en Fátima. Sólo Dios sabe lo que se ha movido en la gente durante estas semanas, con más o menos espectacularidad, todo puede contribuir para el bien. Ojalá que se haya producido el mismo efecto en los que han seguido la convocatoria de Lisboa a través de los medios y hayan surgido nuevas razones para mirar la propia vida, la del mundo y la de la Iglesia con esperanza.
En el horizonte, nuevas convocatorias que hizo públicas el Papa Francisco el último día del encuentro: el Jubileo en Roma en 2025 y la próxima Jornada Mundial de la Juventud al otro lado del mundo, en Seúl, en el 2027, como signo de la universalidad de la Iglesia.
En mi artículo anterior en este Diario, el pasado 18 de junio, terminaba afirmando que no se podía afirmar la muerte de Dios. La convocatoria eclesial de los jóvenes en Lisboa viene a corroborarlo. Por todo lo vivido estos días, obrigado.