Queridos diocesanos y diocesanas:
El próximo domingo 7 de noviembre celebramos el Día de la iglesia Diocesana, la Fiesta de todos los cristianos de La Rioja, nuestra fiesta.
Qué bien refleja el lema “Somos una gran familia contigo” lo que somos: una familia grande, universal, inmensa, en la que cada uno de sus miembros es acogido con alegría, querido y valorado por sí mismo, cuidado con respeto y atención exquisita.
Somos una familia, un hogar abierto a todos, como lo es el mundo. Que prepara la casa para que todos puedan albergarse, saborear con gozo renovado cada minuto de la vida diaria y festejar unidos los acontecimientos especialmente señalados. Una familia que ora unida, que trabaja y que celebra unida, que lee el evangelio y lo comparte con naturalidad, sin estridencias, que sabe despertar las esperanzas dormidas u olvidadas.
Una familia a quien le aflige el duelo de las personas tristes, agobiadas, solas, enfermas, pobres, sin trabajo; que sufre con aquellos que padecen y trata de aliviar sus sufrimientos. Una familia que siente la sangría de la despoblación de nuestros pueblos. Una familia así no se impacienta con los que van despacio porque no pueden más, no pone trabas al que viene humilde con su desvalimiento sobre el hombro, no deja de alumbrar el horizonte al que cada persona está llamada para culminar su crecimiento.
Una familia que agradece, abraza al inmigrante, que aporta sus valores, su cultura, su generosidad y su trabajo a esta sociedad nuestra, que necesita tanto de su ayuda como él de la nuestra, miembros todos de la misma familia, a la que pertenecemos.
Una familia sinodal, en marcha hacia metas cada vez más humanas, más queridas por Dios, que es nuestro Padre, el creador y cuidador de todos. ¿No es hermoso ir haciendo del éxodo que somos un sínodo fraterno? ¿No es apasionante ir convirtiendo todo desvalimiento en compañía, toda precariedad en sobremesa, toda ausencia en saludo y en abrazo?
La iglesia diocesana es comunión, vida común nacida del costado traspasado de Cristo, que se hace pan de vida por nosotros, sangre inmortal que corre por las venas de cada ser humano. ¿Cómo no compartir esta abundancia de gracia, esta unidad que aúna rasgos y caracteres tan varios y distintos? ¿Cómo no generar más armonía en nuestras diferencias, que enriquecen el rico patrimonio que somos y tenemos?
La iglesia diocesana es participación, incluye a todos. Todos y cada uno de sus miembros somos imprescindibles, lo mismo que lo son para la madre todos y cada uno de sus hijos. Cada uno de nosotros es imagen de Dios donde mirarnos. Y nos necesitamos todos sin excepción, para que la comunidad sea más viva, corresponsables todos. Y nos necesitamos para construir juntos la paz, la caridad y la justicia, primicia del banquete mejor, que es el del Reino.
La Iglesia Diocesana es misión, es envío. No está para encerrarse, clausurarse en sí misma, sino para salir al aire libre, recoger los latidos y mensajes del vivir cotidiano, de las múltiples formas que toma la existencia, de lugares, personas, actitudes, que, en su diversidad nos van uniendo. ¿Cómo de otra manera podríamos ser puente de hermandad y de diálogo? Sin una escucha atenta, sin una convivencia generosa, nos sería imposible dar respuesta cabal y esperanzada a tanta pesadumbre dolorosa, ser testigos veraces y creíbles de Jesús, el Señor, nuestro Maestro.
No hay comunión real si no hay envío. Ni misión responsable y fructuosa, si no fuéramos todos al unísono. Nos es indispensable escuchar la Palabra, compartirla escuchándonos, discernir su propuesta y aplicarla después a nuestra vida, a nuestras circunstancias personales y sociales, a lo que nos exige nuestro tiempo.
La iglesia diocesana está contigo, que me lees ahora, y contigo que nunca leerás esta página, está con el que viene cada día a postrarse de hinojos en el templo y con el que se fue o no llegó nunca a oír hablar de Dios y de la iglesia. La Iglesia quiere a todos, nos mira con amor a cada hija, a cada hijo. Nos tiene en cuenta a todos, porque el amor no puede prescindir de ninguno. ¿O requiere razones una madre para seguir queriendo?
Queridos diocesanos, diocesanas, compartamos la vida, nuestra vida, con los que desfallecen. Compartamos el tiempo, nuestro tiempo con el que añora un día de descanso para estar en familia. Compartamos los bienes con quien no tiene nada que llevarse a la boca. Y con los más hundidos y desesperanzados compartamos nuestra esperanza en Cristo, que es primicia de la Resurrección definitiva.
No perdáis nunca el ánimo. Que la Virgen María y nuestros santos patronos diocesanos nos acompañan y bendicen siempre. ¡Feliz día!
Un abrazo.
Vicente Robredo García