Como sabrán, acaba de concluir el Sínodo de los Obispos en Roma, cuya Asamblea General, en su segunda sesión, ha tenido lugar a lo largo de este mes de octubre. Esto no significa que se haya llegado al final de su andadura como si se hubiera agotado su intención, sino que recoge una experiencia y un conjunto de reflexiones que continúan en el tiempo y marcan una trayectoria en el futuro de la Iglesia.
La propuesta de este camino sinodal nos la hizo el Papa en el 2021, con el deseo de reajustarnos a un relativamente nuevo enfoque de la vida eclesial, ya que, tratándose de un estilo presente desde siempre en la Iglesia, convenía aplicarlo de un modo general a nuestro funcionamiento cotidiano en el modo de vivir y anunciar hoy el Evangelio.
Durante este tiempo, tras las distintas consultas desde los ámbitos más locales a los más internacionales, se ha empleado un gran esfuerzo en el subrayado de la sinodalidad, la palabra clave que quiere convertirse en la gran protagonista de nuestro hacer eclesial.
Creo que su significado es ya bien conocido entre nosotros; se trata de caminar juntos, de experiencia comunitaria, de tomar conciencia de sabernos todos los bautizados miembros activos en la construcción de la Iglesia y de la transmisión de su mensaje de salvación; de salir de nosotros mismos y de trabajar conjuntamente con los demás en la participación de la vida eclesial, de disponibilidad, apertura al otro, escucha, diálogo, discernimiento, búsqueda de la comunión según el consenso al que nos quiere conducir el Espíritu, para ser creíbles a nuestro mundo y agradables a los ojos de Dios.
La variedad de nuestras realidades, en sus legítimos acentos, no son un obstáculo para la unidad, sino oportunidad para el diálogo, para dejarnos conducir por el que nos abraza a todos y llegar a acuerdos que nos hacen crecer mientras vamos de camino.
El documento final (www.synod.va), además de estos aspectos antes mencionados, recoge todo un elenco de actitudes y propuestas con el fin de avanzar en ese camino de conversión hacia Dios, lo que afecta tanto a nuestras estructuras eclesiales como a la responsabilidad personal y comunitaria de todo el pueblo cristiano, levadura del evangelio para el mundo entero.
Nos alegra contemplar que algunas de estas iniciativas han sido recogidas en nuestros planes pastorales de estos años, animando a la oración; a una mejor preparación y conciencia en la participación de la Eucaristía dominical; en la creación de los consejos parroquiales y diocesanos; en la formación en sus distintos niveles, a través, entre otras, de las distintas propuestas que se realizan desde la Diócesis; en las convocatorias de la defensa de la vida con todas sus implicaciones en la salud, trabajo, migración, educación, etc.; en la piedad popular; cuidado del patrimonio; atención a los necesitados y excluidos; y otras acciones que podríamos añadir gracias a la contribución de muchas manos que se hacen pocas cuando vemos lo que queda por hacer.
Animemos a los que comparten la vida con nosotros a que vean dónde pueden integrarse para experimentar el tesoro de la fe con toda su riqueza a pesar de nuestras deficiencias.
La finalización del Sínodo tiene lugar unos días antes de la Solemnidad de Todos los Santos, la feliz comunión con Dios a la que somos llamados. Que la siembra de la comunión en nuestra historia, como pide la sinodalidad, nos permita sentarnos todos, sin excepción, en el banquete preparado desde la eternidad para cada uno.
Santos Montoya Torres
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño