Igual que cuando se contempla una obra de arte se recorren sus detalles, cada uno con sus peculiaridades y su mensaje correspondiente, quisiera centrarme en dos escenas, relacionadas entre sí, que se repiten cada Semana Santa, dentro de la variedad de pasos y elementos que los acompañan, para sugerencia de todos los que acuden a esta manifestación pública de la fe que son las procesiones, siempre que el tiempo no lo impida, como ha ocurrido este año en momentos diversos.
Ninguna de las escenas referidas aparece propiamente en los evangelios, si bien el pueblo cristiano las ha tomado como acontecimientos necesarios que habría que recordar porque no se entendería que no hubieran tenido lugar al expresar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.
Esta fuente no documental que brota de la piedad popular es la escena del encuentro de Jesús con su Madre, camino del Calvario, y, por tanto, entre el Cristo sufriente cargado con la cruz y la Virgen Dolorosa, que la providencia une en ese momento del Vía Crucis para consuelo y dolor indecible de ambos.
La escena paralela a esta, con la variedad de formas procesionales según los lugares, ocurre unos días después, el domingo, que recibe precisamente su nombre por la culminación de la intervención de Dios en su Hijo. Es la escena del otro encuentro, la de Jesús, ahora resucitado, libre de las ataduras de la muerte, con su Madre, llena de gozo como no lo ha podido estar nadie antes.
Tampoco esta escena, como hemos dicho, figura en el Nuevo Testamento, sin embargo diferentes autores se han referido a ella como algo lógico, que todo el mundo tendría que entender. ¿Cómo la primera persona en ver vivo a su Hijo, recién muerto en el Calvario, no habría de ser la Virgen María? Sería la primera testigo de la Resurrección antes de mostrarse vivo a las demás mujeres, con todo lo que esto supone, después a sus discípulos, y a todos los que a continuación juzgó conveniente.
Merece la pena considerar estas dos imágenes que no se pueden separar. Sólo el tiempo, consolado por la fe, dilata el reencuentro; pero la certeza del plan de Dios mantiene la esperanza de que lo que ha ocurrido con el Hijo ocurrirá con todos nosotros; lo que ha supuesto para la Madre será compensado por la respuesta de Dios. Esta es la confianza profunda, expresada de forma sencilla por el pueblo fiel, que entiende que lo definitivo está por venir, a pesar de los desgarros que el misterio de nuestra existencia produzca en nuestra vida.
Por desgracia, son muchos los ejemplos a los que llevar lo sucedido en estas escenas, pero afortunadamente quedan respondidos a la espera del abrazo prometido; son la respuesta de Dios ante lo que de otra forma sería difícilmente soportable. El consuelo de Dios se deja notar de forma providencial en el momento de la desgracia a través de cauces insospechados, y definitivamente en el encuentro final con Él, para el que somos creados.
Por eso todas las dificultades que afectan a la dignidad de la vida humana son una ocasión para contestar con el encuentro de la esperanza que proclaman estas escenas. Así lo queremos expresar en la Jornada por la Vida del próximo día 6 de abril en El Espolón de Logroño, en el que nos vamos a concentrar todos los que creemos en la dignidad de la persona, desde su gestación hasta su muerte natural, pasando por todas las etapas y circunstancias de la existencia, bajo el lema de este año: “La Vida, Buena Noticia”.
¡Feliz Pascua, en la que celebramos que la Vida triunfa! y feliz consecuencia si ponemos en práctica la cultura de la vida que anuncia el Evangelio.