Pie de Foto: Jonatan Oregon – Cathopic
Seguro que ya conocen el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se hace coincidir con la Solemnidad de la Ascensión, recientemente celebrada. Si no lo han hecho ya, les animo a leerlo. El título es bien sugerente: “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana”.
No son pocos los interrogantes que suscita este nuevo potencial informático que, como tantos otros inventos humanos, arrastra la doble cara de sus grandes posibilidades asociadas a sus graves inconvenientes, a un ritmo vertiginoso, y cuyos contenidos tanto afectan a nuestro modo de entender la vida. Internet se convirtió hace tiempo en la nueva jungla en la que hace falta saber dónde se pisa para no llevarse una sorpresa de consecuencias impredecibles. El reto, como nos recuerda la historia, es aprender a moverse en este nuevo terreno digital como si se tratara de un continente recién descubierto.
Si el domingo anterior celebramos la Ascensión, una paradoja más de Dios (porque Jesús se marchó de nuestro mundo sin abandonarlo y volvió al Padre del que nunca se había separado cuando compartió nuestra existencia), este domingo celebramos con gozo Pentecostés, el envío del Espíritu Santo a su Iglesia, con la promesa de conducirla a la verdad plena. Son certezas que nos superan, afortunadamente, porque significa que no somos los auténticos conductores de la historia, y que nuestros desarrollos se desenvuelven en un marco que no desconciertan al Creador y lo dejan sin un plan alternativo. Qué gran consuelo saber que somos asistidos por una fuerza mayor que nuestros progresos, capaz de orientarnos por la verdadera senda, la que conduce al desarrollo integral de la persona que tiene su meta en Dios.
No es la primera vez que la Iglesia ha de hacer las cuentas con la realidad que surge a lo largo del tiempo y ha de entrar en diálogo con enfoques filosóficos, científicos, antropológicos, etc., midiéndolos con el contenido de la fe revelada para calificar su posible compatibilidad. Incluso dentro de sus propias filas, abriéndose paso a través de concepciones erróneas sobre Dios, el hombre, y el resto de la creación. Los ejemplos son incontables.
Lo que ahora asumimos con tranquilidad, bien como contenido de nuestra fe, la forma en la que la celebramos o el modo de vivirla, han sido conquistas fraguadas en el tiempo que indican que la verdad siempre nos acompaña aunque no siempre se la ha sabido atender.
El mensaje del Papa, además de indicar las oportunidades y peligros de las nuevas posibilidades tecnológicas, confía en la respuesta adecuada del corazón humano, sede de la libertad y de la conciencia, que es transformada cuando recibe la luz de la fe. Somos nosotros los que nos podemos ejercitar en la práctica de la verdad, no sólo maltratada en las redes sociales, sino en nuestra realidad habitual; los que nos empeñemos en el establecimiento de relaciones auténticas, con el debido respeto al otro, evitando juicios temerarios; los que nos comprometamos con un empleo amable de las palabras, para evitar esa capacidad que encierran de denigrar al que las pronuncia y al que las recibe; para cuidar de los demás y de nuestro entorno.
Confiamos en la acción del Espíritu que nos ayude a superar el reto de los nuevos espacios digitales y en la comunicación auténtica que brota de una verdadera fraternidad, regalo del Señor. ¡Ven Espíritu Santo y llena nuestros corazones! ¡Feliz Pentecostés!