Cuando alguien abra esta revista, correspondiente al segundo y tercer domingo de enero, ya estarán empaquetados los adornos navideños, las luces y los belenes con todos sus elementos que nos han ayudado a recordar y a celebrar con una ambientación peculiar este tiempo recién concluido de Navidad.
Cabría preguntarse si, con el ajetreo de estos días o con el ajetreo de la normalidad posterior, nos ha dado tiempo a considerar alguna experiencia de la que aprovecharnos el resto del tiempo, y evitar así que el calendario se vaya consumiendo sin que haya pasado por nosotros.
Este ejercicio supone detenerse un momento y hacer memoria: ¿qué ha sido de mi Navidad? ¿Con qué expresión la resumiría? Seguro que las experiencias han sido muy variadas y, por tanto, tan válidas como lo vivido por cada uno, y en este sentido incontestables; pero como en otros ámbitos, la visión de otro puede contrastar la nuestra. Propongo, por si ayuda, una palabra a modo de síntesis de este tiempo: regalo.
Lo propio del regalo es transmitir una intención, agradar a quien va dirigido, cubrir su necesidad, satisfacer una ilusión, decirle a esa persona que la queremos, que es importante para nosotros. La respuesta puede ir en la dirección esperada, llena de emoción, sorpresa, alegría, agradecimiento, y otro sin fin de reacciones agradables, o también todo lo contrario, con el consiguiente efecto en quien regala.
Pues bien, en Navidad, lo sabemos, el regalo es el Niño. Es la intención del amor de Dios hacia la humanidad, el modo de decirle a cada persona que se compromete de verdad con ella, que está dispuesto a todo, de llegar a donde haga falta, con las consecuencias que tenga. Es la gratuidad de Dios que se entrega ante nuestra indigencia para hacernos vivir en plenitud. Busca nuestra respuesta, la imitación de su dinámica, lo que nos puede asemejar progresivamente a Él.
Los que adoraron al Niño entendieron el mensaje. Supieron identificarlo; reconocieron con fe la grandeza escondida en aquel recién nacido, y como consecuencia la propia limitación personal, y también el deseo de colaborar con algo de sí mismos. El mensaje había sido captado y el tiempo futuro orientado de un modo definitivo. Consistía en ser para los demás regalos de Dios en los que se pudieran repetir los mismos elementos: gratuidad, agradecimiento y don de sí.
Este es el tiempo nuevo que ilumina el calendario, el que se resiste a quedar encerrado en unas semanas si no han logrado transmitir la esencia de su razón de ser. El Regalo por excelencia busca generar regalos a través de la vida de la gente todo el año.
Bendito parón el de este rato en nuestro ajetreo cotidiano si nos ayuda a identificar la cantidad y calidad de los elementos que hicieron de aquellos adoradores regalo para otros.
Hemos guardado los adornos y las figuras que nos quisieron recordar la celebración del Regalo de Dios, pero no podemos empaquetar su espíritu porque hay mucha gente, de cerca y de lejos, a la que regalar, y puede que estén esperando una luz que les guíe hasta la verdadera Navidad aunque las fechas no coincidan.