Los refranes tienen la genialidad de captar una idea y de plasmarla en una expresión que se graba con facilidad en nuestra memoria. Es la biblioteca del pueblo, donde todos pueden ir a echar mano del dicho correspondiente e iluminar una experiencia. Sin embargo, es conveniente reconocer sus límites, la holgura de sus sentencias, para que no se apliquen injustamente.
Los ejemplos podrían ser incontables, pero quisiera centrarme en uno, ahora que acaba de comenzar la cuaresma. Oímos en el refranero: “genio y figura hasta la sepultura”, lo que en principio todo el mundo entiende. Sin embargo, una afirmación del evangelio que nos dijeron el miércoles de ceniza y que hemos oído después (“convertíos y creed en el evangelio”) contradice de alguna manera el refrán. Mientras éste asegura que la persona no cambia, el dicho de Jesús nos hace responsables de un cambio de rumbo en la vida, radicado en su propuesta y en una decisión personal.
Y no es mero empecinamiento, que sabemos que tiene un recorrido corto, sino la posibilidad de una transformación real, deseable, liberadora. Esta es la clave que ha remarcado el Papa en su mensaje de Cuaresma que ha titulado: “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”, y, por tanto, la posibilidad de decir hasta aquí con la ayuda del cielo, y de volverse a Dios, si la dirección emprendida nos había alejado de Él.
Sí, somos los mismos, con las mismas tendencias, pero podemos ser otros, transformados, donde aquello que fuimos puede quedar como la marca de agua en el papel. Sigue ahí, pero disminuida, sin capacidad para alterar el escrito, ocultada bajo la voluntad confiada del fiel que reconoce que no estamos totalmente condicionados, sino que contamos con la posibilidad de decidir más allá de las tendencias. Ya sabemos hacia dónde va la cabra. Pero también sabemos que hay un Pastor que las recoge y no quiere que ninguna se pierda. El refrán recoge nuestra experiencia, y la experiencia de fe corrige el refrán. El reconocimiento de nuestro pecado no nos impide sabernos salvados.
El signo de la ceniza que hemos recibido al comenzar la cuaresma nos habla precisamente de esa libertad que Cristo ha ganado para todos. Como en tantos signos cristianos, cuando profundizamos en su significado, redescubrimos su mensaje. La ceniza nos muestra gráficamente el abrazo de la fe a nuestro pasado, a lo somos hoy y a nuestro futuro. Nos dice lo que ocurrió, lo que quedó definitivamente atrás por la misericordia de Dios, y que, por tanto, no debemos permitir que vuelva lo que ya fue vencido.
La ceniza nos habla de nuestra fragilidad, de la que no nos tienen que convencer porque es bien palpable, de la fugacidad de la vida, da la provisionalidad de nuestra morada. Lo cual, no nos empequeñece sino que nos abre a la esperanza, al futuro, como así lo entendieron los primeros cristianos que dibujaban en las lápidas el Ave Fénix, un ser tomado de la mitología que era capaz de renacer de sus cenizas, lo que suponía una imagen de la resurrección. Siendo débiles somos más fuertes que todo aquello que nos pueda acontecer, porque la Vida siempre termina afirmándose.
Feliz camino de cuaresma dispuesto por la Providencia para la liberación de todo aquello que nos esclaviza, lo que el refrán no dejaba que ocurriera.